domingo, 21 de marzo de 2021

Comuneros

De aquí a nada debería celebrarse el quinto centenario de las Comunidades de Castilla. Aunque no me vayan las efemérides ni sepa de las Comunidades más de lo que he leído en un par de libros, me preocupa que una fecha tan redonda pase en blanco. Hace dos años fue el quinto centenario de las Germanías de Valencia y no oí un pío. Empiezan a aparecer, sin embargo, referencias a los ciento cincuenta de la Comuna de París. Las revoluciones ibéricas que inauguraron nuestra edad moderna nunca han gozado de gran prestigio. Historiadores de derechas y de izquierdas han echado mano de sus catecismos preferidos para calificarlas de movimientos trasnochados, provincianos y medievales, opuestos a la idea del Imperio (que para unos llevaba derecho hacia Dios y para otros a la victoria final del proletariado, después de algunos rodeos). Buenos a lo sumo para fiestas regionalistas, de regionalismos al biés como el castellano. Comunidades, germanías: chapuzas intempestivas. Y sin embargo en los relatos contemporáneos se encuentran escenas que no desmerecen de las de, pongamos, unos inicios de una Revolución Francesa de primera calidad. Tejedores, calceteros, agujeteros, unos cuantos hidalgos, algunos nobles asaltando no una sino varias bastillas, asesinando diputados vendidos a la camarilla real, saqueando y quemando casas de ricos. Se habla de libertades, de hermandad, alguna vez hasta de democracia, y siempre del interés de la república, que por entonces, nótese bien, no era lo contrario de la monarquía. Aunque de vez en cuando se habla también de una república sin monarca. No en la capital -no había capital por entonces- sino un poco por todas partes: Toledo, Segovia, Valladolid, Burgos... Cada ciudad envía sus diputados a una Junta que se reúne en Ávila, que redacta las reivindicaciones comunes y nombra un capitán general de su ejército. Las Comunidades no fueron una chapuza: estuvieron más de una vez a un paso de triunfar. Ya se sabe cómo había empezado todo. Los Reyes Católicos habían iniciado lo que se llama una política dinástica, o sea un juego de mesa (y cama) consistente en casar a sus muchos hijos e hijas con los herederos de Austria, Portugal, Inglaterra y algún que otro reino menor: con el tiempo eso podía llevar a un nieto suyo a heredar unos cuantos reinos (cuyos súbditos podían si quisiesen considerarse los unos dueños de los otros mientras no olvidasen que el tal nieto era dueño de todos). Podía llevar y llevó. Al Imperio, ese del que un buen número de electores de este país sigue teniendo nostalgia. Felipe el Hermoso, prontamente fallecido, y su hijo Carlos, ambos nacidos en lo que hoy viene a ser Bélgica, vieron a España, o en concreto a Castilla, como la casa de la suegra, o de la abuela, donde solo se va a desvalijar el cofre y llevarse la vajilla de plata. Carlos I llegó a su reino sin saber una palabra de castellano y acompañado por su preceptor y principal consejero, un tal Guillermo de Croy que por sí solo valía por tres plagas de langosta. En menos de tres años acaparó para sí y sus amigos y sobrinos todas las rentas, prebendas y sinecuras que se dejaron ver. Y fue, ay, Tesorero del Reino. Fue también De Croy -que pretendía sin duda ampliar el espectro de sus negocios-, quien incentivó al joven monarca a que corriese a Alemania a cuidar del título de Emperador que acababa de conseguir. No sin antes convocar unas Cortes en La Coruña para que votasen una contribución extraordinaria. Se trataba de ayudar al joven rey a alcanzar su sueño, pagando los préstamos que había tomado para untar a conciencia a los principes electores. Después de largas discusiones, las Cortes acabaron por votar la contribución. La decisión, muy impopular, se puede entender si se tiene en cuenta que un diputado que discordaba fue desterrado a Gibraltar, y muchos otros amenazados con cosas peores. Y bien, el circo estaba organizado: a las ciudades castellanas no les gustó nada la contribución extraordinaria ni el modo en que se había decidido. Como es de rigor en estos casos -al principio de la Revolución Francesa ocurrió lo mismo-, las proclamas de los sublevados rebosaban de amor hacia el monarca y censura hacia los malos ministros. Exigían que rentas y prebendas se quedasen en casa y no fuesen a parar a manos de extranjeros y, en fin, que el rey se quedase a reinar en su reino y no gastase más de lo debido para que los recaudadores no tuviesen que despellejar a la plebe más de lo que establecía la costumbre. Reivindicaciones, convengamos, muy moderadas. Aunque no faltaba quien recordase que en Italia había unas cuantas repúblicas sin cabeza coronada y les iba muy bien. O quien prefiriese buscarse una cabeza coronada menos ávida de ducados. Porque de hecho la había: nada menos que la madre del emperador, Juana I, legítima detentora del trono pero encerrada desde hacía más de diez años porque no estaba bien de la cabeza. Juana podía asumir la soberanía, ya que su joven hijo no parecía muy dispuesto a transigir. Y la partida estaba, en rigor, bastante igualada, bastaba una buena baza política.
Mucho se ha hablado de las causas de la locura de Juana sin parar demasiado a saber si de verdad estaba loca. Investigaciones recientes, incluyendo algunas de cuño feminista, han ido sacando a la luz detalles que parece que ya en la época los ingleses conocían pefectamente. Que Juana no tenía nada de loca. Tenía algo mucho peor: un absoluto desinterés por la religión. No quería ir a misa, ni comulgar ni menos aún confesar y poner su alma en manos de algún santo fraile; eso desde muy joven, para desazón de su madre. Ese desapego hacia la religión no era una actitud inédita en la época, y la reina Isabel tenía un protocolo infalible para remediarla. Protocolo que, ay, no se podía aplicar en el caso. En lugar de ir a la hoguera, Juana fue estrechamente vigilada: su impiedad era inquietante. En 1506 quedó viuda después de dar seis hijos a su hermoso marido y se corría el riesgo de tener una atea reinando en Castilla: para evitarlo, fue a parar a una residencia en Tordesillas, donde se la mantuvo presa y totalmente aislada del mundo, sometida a ayunos y encierros en la solitaria. De vez en cuando le daban cuerda, o sea la colgaban con pesos en los pies para que accediese a cumplir sus deberes de cristiana. No es una leyenda negra: es lo que figuraba en la correspondencia real que un alemán extravagante desenterró hace más de cien años delos archivos de Simancas. Los comuneros tomaron Tordesillas, echaron al marqués de Denia -carcelero o loquero real- y sacaron a la reina de su encierro. Le contaron todo lo que no le habían dejado saber (que su padre ya había muerto, que su hijo era emperador, etc) y, en fin, la trataron como a una reina, pidiéndole encarecidamente que asumiese el trono que era suyo. Pero, ay, Juana tenía lo que ahora se llamaría un problema de interseccionalidad: por mucho que fuese una víctima del patriarcado -y del frailarcado-, era sobre todo una mujer de sangre azulísima. Mejor morir antes que pactar con aquellos pardillos que habían osado levantar la ceja sin órdenes de la superioridad. Juana no firmó y así echó a perder el jaque-mate de los comuneros. Mientras estos iban subiendo al patíbulo ella volvió al trullo, ahora por orden de su amoroso hijo Carlos, que agradecido por su lealtad y preocupado por su salvación eterna, mandó aumentar (dicen) la ración de cuerda. Vivió así hasta 1555, sólo tres años antes de la muerte del Emperador. Hasta su último suspiro, los decretos reales salían en su nombre. En fin, la revolución fracasó, y sus tres cabecillas fueron decapitados -es esa ocasión la que suele conmemorarse- en Villalar, el 21 de abril de 1521. Y en muchos otros lugares y días, porque había muchísimas cabecillas más y la poda se mantuvo sin prisas pero sin pausas unos buenos años. La historiografía habló de la clemencia del Emperador, lo que muestra que el instinto lamebotas nunca ha faltado en la profesión. El decreto del perdón real, leído solemnemente en ceremonia pública, contaba con una lista de excepciones de varias páginas -más larga que el perdón en sí- donde se enumeraban, desde un marqués a un pajariego, todas las cabezas que se habían levantado y que aún debían caer. Era, en rigor, un edicto de proscripción disfrazado de perdón: al parecer, se puede llamar clemencia a dejar con vida a los contribuyentes bien dispuestos. La represión de las Comunidades ha hecho correr muy poca tinta. ¿Y a qué bueno sacar a relucir el fantasma de las Comunidades, si hay tantos que opinan que sería mejor poder olvidar de una vez la GC?
La respuesta la da el mapa adjunto, que no es más que un gráfico sumario de los follones de la época, incluyendo las Germanías valencianas. Mirando ahí se puede discutir si el quinto centenario de las comunidades merece o no recordarse. Si el mapa no habla por si solo, explico: la región donde a principios del XVI se dio todo ese fervor revolucionario corresponde con bastante exactitud a la que desde entonces y hasta hoy mismo se entiende como cuna y catre de la reacción y el conservadurismo peninsular. La mayor parte de la España periférica, la más progresista y cosmopolita como bien sabemos, se mantuvo al margen entre otras cosas porque los negocios imperiales le tentaban. Punto para Zaragoza, que si no participó en la sublevación se amotinó cuando intentaron reclutar allí tropas para reprimir la sublevación de los otros. Los historiadores que entienden del asunto han hablado bastante de cómo todo ese país -industrioso y próspero por entonces- se arruinó minuciosamente durante el llamado siglo de oro, convirtiéndose en un despoblado de rentistas, tinterillos, labradores empobrecidos y conventos. Vete a saber por qué: a mi siempre me ha parecido entender que por una especie de defecto geográfico: ay, esos páramos interiores cerrados a los vientos de la renovación. Si se deja la historia de lado, la meteorología puede explicarlo todo.

sábado, 13 de febrero de 2021

Vacunas y mafias

Cuando se difundió, en 1949, que la URSS había probado su primera bomba atómica, algunos medios franquistas -eso me contaron: yo no había nacido por entonces- dijeron que no pasaba de un farol: Stalin había hecho reventar unas cuantas toneladas de dinamita en el desierto para hacer creer al mundo libre que disponía de La Bomba. Los norteamericanos, que ya habían probado una bomba similar en dos ciudades muy pobladas, estimaron que los rusos lo habían conseguido, sí, pero gracias al espionaje de un matrimonio de comunistas, a los que sentaron en la silla eléctrica en 1953. Años más tarde, los rusos lanzaron el Sputnik I, el primer satélite artificial que orbitó en torno a la tierra: los norteamericanos lanzaron su carrera espacial, en la que pasaron casi una década chupando rueda. Pasaron seis décadas más y en 2020, mientras el público occidental asistía con emoción a la carrera de los grandes laboratorios hacia la vacuna dudando que consiguiesen llegar a ella en tan corto plazo, Putin el imperturbable apareció en la televisión anunciando que Rusia empezaba su campaña de vacunación con una vacuna cien por cien rusa y adecuadamente bautizada “sputnik”.
Hasta hace dos semanas, el público occidental asumía que la sputnik era agua con azúcar que el neo-zar estaba haciendo inyectar en una población desinformada y manipulada. Mientras los rusos se iban vacunando, se festejaba con entusiasmo la llegada de la Primera Vacuna conseguida por el prodigioso esfuerzo de la Pfizer, a precio de pata negra y con condiciones de uso aún más caras. Y la Segunda, la de Moderna, poco más o menos. Y la tercera, Astra-Zeneca, a la que cada día le sale una verruga nueva. Las autoridades europeas empezaban sus educados rifirrafes con los grandes laboratorios, a los que habían donado ingentes cantidades de dinero público: deben sospechar -aunque no lo he oído decir así de claro en los noticiarios-, que están vendiendo el producto al mejor postor en lugar de honrar sus contratos con la UE. Pero ¿qué se puede hacer, si ha sido precisamente la inmensa capacidad asociada al afán de lucro, y la inagotable creatividad de las start-ups movidas por el mismo afán, lo que nos ha llevado por fin a la salvación? En esas, la revista médica más prestigiosa del mundo publica los resultados de los tests de esa vacuna rusa de andar por casa, que demuestran que tiene una eficacia comparable a la de la Primera y la Segunda. Sin contar que es más manejable. Lo suyo habría sido que el título de Primera Vacuna tan coreado por los medios de comunicación pasase de Pfizer al laboratorio ruso, pero no. A fin de cuentas, aún habría que saber algo sobre la vacuna china, que estaba en operación aún antes. Pero parece que a los chinos no les preocupan los títulos. Los antiguos comunistas exultan: ¡la Patria del Socialismo ha vencido una vez más! Pero espera, espera: la URSS ya no existe y Rusia es patria de cualquier cosa menos del socialismo. Más bien un paraíso de plutócratas mafiosos cuya única relación con el mundo soviético consiste en que en su mayor parte salieron de las filas de la KGB. Y qué más da: Rusia no será ya la patria del socialismo pero sigue siendo el Otro Lado. Y lo que importa es que haya el Otro Lado. ¿Un Imperio, una Mafia, un Mundo? ¡Monopolio! Mejor que haya dos, tres, cuatro, que haya competencia: parece que el destino de la antigua Patria del Socialismo va a ser siempre demostrar la ventaja del Mercado. Y de la piratería: es gracias a webs situadas tras el antiguo telón de acero (Sci-Hub, Genesis, etc.) que los científicos occidentales consiguen leer los resultados de sus propias investigaciones, pagadas con dinero público occidental. Es que en casa, y por decisión de los mismos órganos que distribuyen ese dinero, todo lo que los científicos publican queda en manos de grandes editoras privadas: estas lo venden a un precio que ni la universidad de Harvard consigue pagar. Como en el caso de la vacuna, esa decisión se justifica por la piadosa creencia de que la iniciativa privada (o, en fin, lo que recibe ese nombre) tiene poderes paranormales y hay que mimarla. Pero ni los poderes paranormales ni los mimos de la UE han impedido que la sputnik llegase antes. ¿Demasiados mimos para poco milagro? Además del dinero público invertido en el desarrollo de las vacunas, los grandes laboratorios se benefician de la formación de los científicos en universidades pagadas en su mayor parte por fondos públicos y de decenas de miles de publicaciones sufragadas del mismo modo. Así que la contribución de la iniciativa privada al desarrollo de la vacuna puede equivaler, quizás, a la cantidad de naranja que se pueda encontrar en un refresco de naranja. En cuanto al producto final, la vacuna, ese sí es privado: protegido no por una patente sino por secreto industrial, motivo por el cual la señora Van der Leyen ha tenido que reconocer que “la ciencia ha ido más rápida que la industria” y que llevará mucho tiempo hasta que se fabriquen vacunas para todos. Obvio: los laboratorios no se pueden poner a fabricar una fórmula que debe continuar secreta. De modo que mientras la Primera, la Segunda y la Tercera van llegando con cuentagotas, continuaremos confinados, semi-confinados y para-confinados el tiempo necesario para que los laboratorios acumulen dólares para empapelar el camino de aquí a Marte. Es un consuelo: si no podemos enseñar nada a los rusos en cuanto a vacunas, ellos tampoco tienen nada que enseñarnos en cuanto a mafias. La UE dice que no ha recibido ninguna solicitud rusa para la autorización de la vacuna. Los rusos dicen que la han enviado pero que hay una conspiración para ignorarla. No soy nadie para saber quién dice la verdad. Pero en ese mundo ideal donde, dicen, la salud es lo primero, a las autoridades competentes no les costaría mucho averiguarlo.

viernes, 29 de enero de 2021

Basura

Ya sabemos que cuando el sabio señala la luna el necio mira al dedo. Lo dice un proverbio, por supuesto chino. Pero hay veces en que puede ser más sabio mirar al dedo. Por ejemplo, a ese dedo que apunta y dice: “eso, a la basura”. Ese dedo es el tema de este libro. Por mucho que ocupe, contamine y abrume, la basura -la basura objetiva, esa que se barre, recicla, incinera, esconde, exporta- es lo de menos, un detalle accesorio. La basura esencial no es un objeto sino una acción: la de producir sin tregua todo lo que no hay medios de consumir. ¿O es que se ha creído usted, de verdad, que vivimos en una sociedad de consumo?
Del contrato-basura a la telebasura pasando por la comida basura, la ciudadanía no tiene tiempo de consumir, solo hace equilibrios para escapar un día más del basurero de la historia. El antiguo Egipto tuvo sus pirámides, el Paleolítico sus hachas de silex, la Europa del siglo XIII sus catedrales, y el mundo todo, ahora, tiene sus basureros, monumentos mayores y a lo que parece más duraderos que todos los anteriores. De todo eso y mucha más basura se puede leer en mi último libro: las ciento noventa páginas más joviales que se puede escribir tal como están las cosas. La verdadera biblia de la auto-ayuda para obsolescentes. Una entrevista radiofónica sobre el libro: entre el minuto 05:58 y 31:34 https://www.spreaker.com/user/10079497/210118-lletraferida_2?utm_medium=widget&utm_source=user%3A10079497&utm_term=episode_title&fbclid=IwAR0EcdoMnjABHrLx3_PBdYntkgIq_QvQHkVEg-CNvOzWe83Hxsa3Zpvhbt0

domingo, 15 de noviembre de 2015

Estocolmo, Estocolmo


Quien se haya pasado por aquí habrá comprobado que hace tiempo que no escribo nada nuevo. Es que opinar sobre todo y cualquier asunto acaba cansando (al autor y/o a los lectores). Y he optado por abrir otro blog diferente en el que “solo” hablo de libros. Especialmente, pero no solo, de libros de antropología. Reseñas en español (las más), en portugués o alguna vez quizás en inglés. Para quien se interese, helo ahí:
Tigres de Babel

Pero... ya que estamos aquí aprovecharé para, como dijo aquel, hablar de mi libro. Del último, este:



Estocolmo, Estocolmo es una fábula político-psicótica que, quiero dejar claro, no habla de ningún país latino-americano en concreto: lo que es un modo -bastante común entre los escritores de este continente, y después de casi treinta años aquí ya vengo a ser uno de ellos- de hablar de todos. Incluso de algunos que no están en esta parte del mundo: el planeta entero se está volviendo territorio de colonias.
Su protagonista es un ex-guerrillero que no ha podido o no ha querido vivir de su pasado y más bien preferiría verlo desaparecer: pero no, el pasado se le cruza en el camino de un modo particularmente absurdo. Pero no más que tantas otras cosas que pasan lejos de las páginas de una novela.

Estocolmo, Estocolmo ha sido editado en la plataforma CreateSpace, vinculada a Amazon, en cuya web puede ser adquirido.




sábado, 13 de junio de 2015

Los impuestos placenteros


Supongo que la publicidad tuvo su inicio con la competencia comercial, cuando un buen letrero podía hacer que uno comprase sus zapatos al zapatero A y no al B, o fuese a beber en la taberna B antes que en la A. Mucho más adelante, la publicidad empezó a servir para que se comprasen cosas que sin la ayuda de la publicidad nadie compraría, o compraría mucho menos. Ya hace bastantes años que nadie pretende vender nada sin la ayuda de una cierta cantidad de publicidad, lo que quiere decir que, en media, hay un coste publicitario incluido en el precio de todo lo que se compra. Un coste mayor o menor pero nunca ausente, porque aun si un producto no gastase un céntimo en publicidad su precio sería definido por la media de la mayoría que sí lo gasta.
Ese coste debe ser muy alto, porque es fácil ver que da para mucho. Buena parte de los sueldos estratosféricos de quien gana sueldos estratosféricos (deportistas, por ejemplo, pero la lista es larga) viene de los contratos publicitarios; todo lo que se ofrece en este mundo como servicio o bien gratuito o semi-gratuito (un blogspot como este, las redes sociales o el google, las televisiones, la prensa gratuita, impresa u online, y un largo etc) se paga con la publicidad, y buena parte de lo que se paga para disfrutar o poseer también incluye, junto a su precio explícito, una publicidad, desde el transporte público con publicidad privada a los mismos periódicos que se compran en el kiosco, con sus páginas de anuncios. No deja de ser sorprendente que, mientras abundan los servicios por los que no se paga nada a cambio de la publicidad, son raros aquellos en que, a cambio de pagar algo más, la publicidad se excluya. Cuando contraté por primera vez un servicio de televisión de pago me sorprendió notar que en ella no faltaba publicidad; a veces, para ser sincero, sobraba, y mucho. Es decir, aparentemente se gana más con la publicidad que cobrando al cliente un poco más por un servicio sin publicidad.


La razón debe ser fácil de ver: con el precio se cobra a un cliente, con la publicidad se cobra, virtualmente, a todos, clientes o no. La publicidad ha accedido al mismo principio que funda los impuestos: cobrando un poco (o no tan poco) de todos se consigue mucho. Y al igual que los impuestos se hacen tolerables porque tenemos que mantener gastos públicos, el precio de la publicidad se legitima porque es razonable y conveniente que todos consumamos mucho más de lo que consumiríamos sin publicidad.
O sea, con la publicidad el capitalismo ha logrado una hazaña socializadora que ningún socialismo va a conseguir nunca: que todos paguemos un elevado impuesto privado sin chistar; o más bien, murmurando de placer.
Para ser justos, la publicidad extrae dinero público, tan público como el de los impuestos, porque, hechas las cuentas en común, se paga si se quiere como si no. Ya puedo detestar al famoso X, que si él cobra algunos millones por anunciar un coche, un dentífrico o un yogur, pagaré una parte de esos millones cada vez que compre el coche, el dentífrico o el yogur que anuncie, o pagaré el equivalente comprando cualquier otro -al mismo tiempo que pago, por ejemplo, el IVA, pero en ese caso sin saber cuánto estoy pagando. Aunque nunca haya visto la publicidad, aunque deteste la publicidad, aunque evite la publicidad o aunque compre contra la publicidad.
O sea, es dinero público. Es dinero público, pero no político, por así decir. Porque a diferencia de lo que ocurre -o se espera que ocurra- con los impuestos, no hay modo de saber cuánto pago al año por publicidad, ni a quién va ese dinero, ni cómo se administra. No puedo exigir un control de lo que se paga por publicidad, no puedo hacer objeción fiscal en la publicidad, no puedo influir de ningún modo en el destino de lo que pago por la publicidad. No puedo quejarme de que X vuele en primera clase y se hospede en hoteles de lujo con el dinero que pagué por la publicidad. En fin, es dinero público con un control absolutamente privado, del que nadie se queja.
Ah, sí, me olvidaba: sí puedo. Puedo dejar de comprar. Hay que reconocer que es todo un derecho.
Debe ser mucho dinero: la frase “contratos millonarios de publicidad” es una frase hecha en todas las lenguas, y todo indica que va creciendo, se va diversificando, personalizando y complicando. Las redes sociales cobran no sólo por la publicidad sino por la información que permite a la publicidad hacer mejor puntería sobre cada uno de nosotros en la publicidad. Como la eficacia de la publicidad crece en las grandes escalas, ella ayuda a que todos consumamos lo mismo, a que así el precio de producción baje y a que una parte creciente del precio final sea destinado a publicidad. Puede usted tiras la publicidad a la basura, que la seguirá pagando igual; por cierto, pagará también por la basura que usted mismo no se ha empeñado en producir, aunque nunca le dirán cuánto. De hecho, ese mundo de producción y consumo en masa en el que la publicidad es tan necesaria tiene altos costos colaterales que tampoco se especifican en la etiqueta, porque se pagan en otro momento. Aunque en conjunto sean inaceptables, qué más da: los habrá pagado usted a gusto.

lunes, 8 de junio de 2015

Más innovación tecnológica


Los periodistas especializados en innovación tecnológica son de una raza especial. Copio casi literalmente:

- ¿Cuál es la novedad tecnológica de la semana, Claudio?
- Cristina, la novedad tecnológica de la semana es que Microsoft ha incorporado al Skype su traductor de voz simultáneo en cuatro lenguas: mandarín, inglés, español e italiano. Eso quiere decir que, por ejemplo, podremos hablar gratis por Skype con un amigo de Shanghai que sólo hable mandarín. Tu hablas en español y él oye a un robot, con la voz que tu escoges, hablando en mandarín; y viceversa. ¿Te imaginas?

(Me imagino, si, me imagino. Es un deseo pendiente desde la confusión babélica: hablar con un amigo de Shanghai sin que ninguno sepa la lengua del otro. Qué más se puede pedir que tener amigos con los que no se tenga ni una lengua en común pero sí un dispositivo de comunicación on line gratuito. Copio y pego de un texto enviado por un ciudadano chino a un foro de discusión sobre el aniversario de Tian an Men, obviamente traducido por un traductor automático, que puede darnos una idea de lo que será esa conversación:
“En su temeraria , cada oportunidad , el gobierno " no a través de los buenos tiempos económicos es" el fin de mostrar la influencia de sus propuestas políticas y España para corregir el mal, de oro, para ser exactos, " es un estado , y la persecución de los pies de capitalización su enorme gasto. Los dos directores en Madrid , dijo que China está en silencio , por lo que el PP , acusó disposición conveniente . Mariano planea en secreto, Obama y sus secuaces. La cifra más alta a cargo de la educación, la Mesa, Madrid, Salvador Victoria Lucía Figar y después de Tiananmen Square Group, acusado de trabajar por la justicia social cartaginesa renunció dos días de los tribunales nacionales. ")



Pero espera: las noticias de innovación tecnológica no han acabado:

- Vamos a ver, Claudio, las aplicaciones de ese traductor podrán ser enormes...

- ¡Desde luego! Imagínate, por ejemplo, que de ese modo los call center podrán funcionar veinticuatro horas al día, atendiendo tus llamadas desde cualquier punto del planeta, y respondiendo en tu lengua. ¿Te imaginas?


(Me imagino:
-Esto es la servicio de atención a lo cliente de Bodriofone. Detectamos que llamada la su procede de Spain, si lengua hablar desee otra en marque 1...
- ¿?¿?¿?¿?
- Oferta en de Multimedia planos New Generation informe si desee en marque 2, Ficha cliente formulario en marque 3, Plan de Puntos actualizar para marque 4, Free Roaming dos la embute marque 5...
- ¿?¿?¿?¿?)

El programa sobre innovación tecnológica continua, poniendo sobre la mesa preocupaciones políticas:

- Pero y eso no supondrá algún problema laboral?
- Cristina, cuando se inventó la luz eléctrica hace más de un siglo algunos sindicatos decían que era un medio que los patrones tenían para hacerlos seguir trabajando toda la noche. ¿Te imaginas? Claro que eso no ocurrió, ¡lo que ocurrió fue que las fábricas pudieron empezar a trabajar en tres turnos! ¡Tres veces más puestos de trabajo! ¿Te imaginas?


Los periodistas especializados en tecnología -o bien: una buena parte de ellos- deben constituir la primera generación de estafadores profesionales que no necesita usar la imaginación, ni siquiera la inteligencia, para engañar a ciudadanos que las usan aún menos, porque no da tiempo. Hay novedad tecnológica todas las semanas o todos los días: unas caen en el vacío, otras se vuelven imprescindibles en cosa de semanas, pero para cuando caigan en el olvido no habrá dado tiempo aún a pensar si realmente tenía algún interés. Qué más da: para entonces, sin importar lo sorprendente, trascendental o ridícula que sea, el dueño de la innovación tecnológica (todas tienen dueños, casi siempre son los mismos) ya la habrá convertido en medio de ganar aún más; y aunque hayamos desistido de nuestro amigo de Shanghai, siempre podremos conversar con un subproletario de un call center en Indonesia.

domingo, 31 de mayo de 2015

Kett y el concepto de propiedad


Robert Kett fue un terrateniente de Norfolk que, en julio de 1549, se vio, un poco por azar, convertido en lider de una revuelta campesina. Una revuelta contra el cercado de las tierras. No por el reparto de las tierras, sino contra su cercado. Hasta entonces, los dominios señoriales eran objeto de un complejo sistema de derechos sobrepuestos -rentas, aprovechamiento de pastos o bosques para heno y leña, habitación, paso, un largo etc. Los señores empezaron a abolir esos derechos para cercar la tierra y convertirla en propiedad privada stricto sensu, o sea en una cosa que se puede empaquetar y usar, dejar de usar, vender o estragar como convenga. La coyuntura internacional de mediados de aquel siglo hacía más rentable abandonar la agricultura y dedicar toda la tierra a pasto de lanares para exportación, dejando a un lado aquella finalidad obsoleta de alimentar a sus habitantes.
A Kett, aunque terrateniente, eso le pareció abusivo y por ello se puso al frente de los campesinos. Dirigió al rey, muy respetuosamente, un pliego de reivindicaciones muy moderadas que, en suma, pedía que se respetasen las leyes existentes.



Con su ejército de paletos rechazó el ataque del ejército de los nobles y tomó la ciudad de Norwich. El pánico cundió en las altas esferas y, después de varios intentos fallidos Kett y los suyos fueron finalmente derrotados por un ejército de mercenarios extranjeros dirigido por un duque nacional. Aunque la revuelta había sido de una extrema contención en sus modales, la represión no lo fue: las horcas funcionaron a todo pasto y se dice que sólo pararon cuando el duque comentó a uno de los triunfadores más entusiastas: "Si los matas a todos, tendrás que limpiar los establos tu mismo". Kett, a pesar de toda la moderación ya dicha, fue condenado por alta traición. A la pena reservada para estos casos, o sea la de ser ahorcado, destripado y descuartizado. No estaba en manos de cualquier patoso hacer eso manteniendo al reo vivo hasta el final (ese era el espíritu de la cosa) y era difícil traer desde Londres un ejecutor cualificado, de modo que se optó por colgar a Kett de unas cadenas en el muro del castillo de Norwich y dejarlo allí, vivo, hasta que se pudriese, en diciembre del mismo año.

La larga disputa por la privatización de las tierras, que comenzaba por entonces y duró tres siglos más, ya ha sido de sobra tratada por los historiadores del capitalismo. Si vale la pena recordar el episodio, y en particular sus detalles macabros, es para hacer notar algo sobre lo que oigo llamar a veces "el concepto occidental de propiedad", o "el concepto occidental de territorio", resultado de una tendencia natural del ser humano (cultivar lo que es mío y sólo mío) o, al menos, de la racionalidad económica. En la tierra natal del capitalismo, Inglaterra, ese concepto de propiedad privada de la tierra se impuso, sí, por una evolución natural y racional de los conceptos... auxiliada por un uso generoso de tropas mercenarias y suplicios públicos.
Los liberales y los marxistas se han turnado para justificar aquellas viejas masacres: los unos olvidándolas y suponiendo que al dogma de la propiedad privada se llegó por una sensata cuenta de gastos y ganancias, y los otros postulando que toda esa barbarie era necesaria para abolir un sistema feudal y avanzar, avanzar siempre hacia el paraíso del futuro donde habrá riqueza e igualdad para todos. Unos y otros coinciden en que la tendencia campesina a agarrarse a cuatro manos al pedacito de tierra propia es señal de un conservadurismo de nacimiento, un poco cazurro, y no de esa experiencia de que en tierra de cercados quien no tiene cerca está en la puta calle.

Hay que reconocer que al paraiso del futuro le cuesta llegar. Lo que sí han hecho llegar las barbaries de 1549 (y muchas otras después) es una situación en que la propiedad privada del suelo no se discute. ¿Y por qué no se discute, si se discutía hace quinientos años? Bien, porque la propiedad privada del suelo, madre de la propiedad privada en general, se ha revelado muy productiva: produce ingentes cantidades de bienes (aunque no un buen modo de distribuirlos), produce una especulación imparable y produce, por lo que parece, una solución final de la civilización que la creó. En Brasil, donde resido, los indios, que vivieron mucho tiempo sin necesidad de cercas, tienen que hacer esfuerzos ímprobos para que se les reconozcan unas tierras destinadas para vivir y no para sacar de ellas el mayor provecho posible, y eso que la Constitución les reconoce tierras destinadas a vivir a su modo. Pero es mucha tierra para pocos indios, dicen algunos. Curiosamente, esa misma Constitución no dice una palabra sobre el destino del resto de las tierras, esas que corresponderían a los otros doscientos millones de habitantes. Deve ser porque no hace falta especificarlo: será el destino que les den sus dueños mayoritarios -que son menos que los indios- porque en cuanto a que sea propiedad de alguien parece que no hay que dar mayores explicaciones, es lo más natural del mundo. Por mucho que ese concepto tan natural no sea más que uno de los muchos modos posibles de disponer de la tierra (concesiones, alquileres, usos comunales, dominio difuso, propiedad pública, propiedad privada, etc etc.) entre los que sólo se destaca porque ha hecho ahorcar a mucha más gente.