miércoles, 29 de diciembre de 2010

Ley Sinde II. Piratas y alternativos.

Pero no nos pongamos épicos sin necesidad (ver el texto sobre la Ley Sinde, de hace unos días, y el más antiguo sobre los piratas, de 10 de abril). Los críticos de la Ley Sinde mantienen que sus defensores son peones de la gran industria cultural, lo que a lo peor es verdad; y que la legión de descargadores ilegales están en las filas de esa cultura alternativa que la internet posibilita, lo que ni a lo mejor es verdad. Una cosa es que uno simpatice más con los piratas que con el Imperio, otra cosa es que ellos sean en último término verdaderos antagonistas.
Veamos. La universidad brasileña lleva más de una década pirateando a mansalva los productos de Microsoft. En pro de la honestidad Microsoft debería pagar un canon (o al menos ceder gratuitamente sus productos) a cambio de esa práctica que ha habituado a toda una sociedad con millones de consumidores potenciales a usar sus sistemas operativos y sus programas. Muy por el contrario, Microsoft hace los números de costumbre, calculando las pérdidas astronómicas que eso le causa, y presiona para que la práctica sea cohibida y se le pague un precio usurero por cada una de las copias de cada nueva versión de sus engendros, puntualmente refritos cada año. Poco a poco, la universidad brasileña se va plegando a esas exigencias. O, con más criterio, va pasándose a alternativas abiertas, como los sistemas operativos o los programas gratuitos que sus mismos miembros, entre muchísimos otros, producen: buena medida, que acaba a la vez con el pirateo y con el Imperio.
O veamos. Las descargas ilegales hacen que la hegemonía de la industria cultural sea mucho más extensa que lo que permitiría la propia codicia de la industria cultural; de las pérdidas que esa industria atribuye a las descargas habría que descontar por lo menos la propaganda gratuita que los piratas hacen de esa misma producción que piratean. Adolescentes o jóvenes con mucho tiempo y poco dinero absorben ávidamente productos de consumo masivo (y pirateo proporcionalmente masivo) por el que pagarán pasado mañana, cuando tengan más dinero para comprar y menos tiempo para piratear; entre tanto, acuden en masa a los conciertos de los mismos músicos cuyas músicas han descargado y divulgado a destajo sin recibir un céntimo por ese marketing minucioso.
No me parece que haya que exagerar en el optimismo, postulando que los piratas representen una alternativa. Más bien son peones mal reconocidos de esa industria que los colma de insultos. En la internet abundan las iniciativas ajenas a la industria (y esencialmente ajenas al pirateo) que abogan por un saber o un arte alternativos, de libre circulación y dominio público: cualquiera puede participar en ellas, colgando en la red las fotos de su viaje, una música que ha compuesto, una definición de cladística o una receta de rosquillas. La más conocida debe ser la Wikipedia, que no necesita presentaciones. Pese al desprecio que le dedican académicos de pelajes variados, la Wikipedia es con frecuencia brillante. Muchos de sus artículos pueden ser torpes, tendenciosos o deficientes -vicios de los que no están exentas las mejores enciclopedias- pero muchos otros son excelentes. En cualquier caso son muchos más; por su propia naturaleza, la Wikipedia es apta para recoger con presteza una cantidad inmensa de tópicos que tardarían años en ser tratados por enciclopedias convencionales. Al día de hoy, los artículos de la Wikipedia en español ascienden a 689.000, lo que puede parecer mucho pero es muy poco para una de las lenguas más habladas del planeta; muy poco en proporción con los desempeños de lenguas menores como el ruso (640.000 artículos) el portugués o el holandés (662.000 cada una) o el polaco (741.000), para no hablar del francés (1.048.000) el alemán (1.166.000) o, claro está, el inglés (3.512.000). Es un síntoma, simple como un dolor de muelas, de al menos dos cosas. Una, que por mucho que muchos hispanohablantes estén dispuestos a defender su lengua en disputas parroquiales (por ejemplo, sobre el uso del castellano en Cataluña o en el Pais Vasco) se gasta relativamente poco esfuerzo en lo que debería importar más, a saber la situación del castellano en la internet y en los recursos informáticos asociados a ella. La otra, que sea o no verdad que los usuarios españoles de la red están a la cabeza de la piratería, desde luego no lo es que estén a la cabeza de la cultura alternativa en la red; lo uno no va necesariamente con lo otro. O que la cultura es algo que se hace, no algo que se consume.

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