sábado, 5 de marzo de 2011

Moisés y el nuevo código forestal brasileño

Algunas informaciones previas. Aldo Rebelo es la figura más prominente del PCdoB, Partido Comunista do Brasil, que no hay que confundir con el más antiguo PCB, Partido Comunista Brasileño. El PCdoB, originado en el año de 1962, es uno de aquellos grupos que se escindieron de los partidos comunistas cuando Kruschev eliminó a Stalin del panteón, y cierto sector prefirió conservarlo, añadiendo a dicho panteón la imagen de Mao Tse Tung. Los maoístas formaron desde entonces uno de los núcleos de la llamada extrema-izquierda, en la que ya estaban los trotskistas, muy poco afines a ellos. El PCdoB hizo honor a su vocación en la guerrilla del Araguaia contra la dictadura militar brasileña, que tuvo resultados semejantes a los de la mayor parte de las guerrillas centro y sudamericanas.
Con esos antecedentes, cualquier burgués podría imaginar que Aldo Rebelo es un radical maximalista y vociferante, una amenaza para el status quo. No. Aldo Rebelo es un hombre pulcro y mesurado que, con su voz serena ha presidido largamente el Congreso, conviviendo muy civilmente con políticos de ideologías muy diferentes a la suya. Tanto es así que, para admiración de simplistas, ha sido el autor de una nueva versión del Código Forestal, la cual, a juicio de sus críticos, representa los intereses de la gran agro-industria. O sea, de la última versión del lobby ruralista brasileño, o sea de esos latifundistas que, para toda la izquierda clásica y posclásica, eran la reacción hecha carne. Como bien dice Rabelo, las leyes ambientales brasileñas pueden castigar como criminal a quien escarba en busca de una lombriz para pescar. Los buscadores de lombrices no tienen quien los defienda en el congreso brasileño, y han venido en su ayuda los megaempresarios de la soja, que de paso consiguen así minimizar la franja de bosque que el código anterior les obligaba a preservar en sus posesiones. El texto completo de la nueva redacción de la ley está disponible en Internet, en este enlace.

Es un texto complejo de 270 páginas, que analiza la ley vigente aportando comentarios de otros legisladores, presenta la nueva redacción, hace una síntesis de sus novedades y las argumenta, y abre todo ese conjunto con un largo preámbulo donde se discuten temas venerables, en vigor desde el siglo XVIII: la desigualdad de los hombres ante la ley, la desigualdad entre las naciones, la relación entre el ser humano y la naturaleza, etc. No es un árido texto jurídico, sino un discurso colorista y erudito, donde se habla de las costumbres de aldeanos o de ribereños del Gran Pantanal y la Amazonia o de los atropellos del Imperio Persa contra el Egipto faraónico; se citan cantores populares, poetas románticos, novelas, e incluso la famosa parábola de los peces de Antonio Vieira, que discutía esa dudosa moralidad de una naturaleza donde el pez grande se come al chico.
Se engañará quien piense que, para elaborar un texto grato a los latifundistas, Rabelo ha tenido que abdicar de sus convicciones. No, en absoluto. Es un texto de izquierdas; o por lo menos es uno de los modos posibles de un texto de izquierdas. El argumento esencial de esa introducción es que las leyes forestales brasileñas son draconianas, y que lo son por la imposición de una ideología ambientalista extremosa procedente de los países ricos. Los países ricos no sólo quieren preservarse un jardín del edén en los países pobres, salvaguardando allá las riquezas naturales que ellos explotaron hasta el fin en su propia casa; quieren, además, librarse de la competencia de los países pobres, imponiendo condiciones y reglas a su desarrollo, o simplemente ahogándolo antes de que salga de la cuna. Los países ricos tienen muchísimo de lo bueno y de lo mejor, y temen que si los países pobres se obcecan en imitar ese tren de vida le acaben haciendo daño al planeta; temen, además, que los países pobres se liberen de su predominio y pasen a ser más ricos, lo que haría de los países ricos países menos ricos, en términos absolutos o al menos relativos. Al Gore –ese al que los oráculos de las tertulias españolas rebautizaron como Algorero- es uno de sus blancos. Pero el villano preferido de Rabelo es Malthus –aquel que decía que los pobres deberían ser más castos para que el planeta pudiese alimentarnos a todos. Su héroe es Josué de Castro, quien demostró que el hambre no la produce la demografía sino la geopolítica. Los argumentos de Rabelo pueden dar mucho placer incluso a muchos de sus críticos, que a fin de cuentas en su mayoría se reivindican de izquierdas. Veamos uno de ellos, en traducción a mí debida:

"La armonía entre los llamados pueblos de la selva y el medio en que viven –en realidad, sobreviven- no pasa de ficción producida para películas como Avatar, de James Cameron, que llevan a las lágrimas a plateas confortablemente instaladas en modernas salas de cine de centros comerciales, rodeadas de plazas de alimentación donde, con un solo gesto, aparece como por arte de magia todo tipo de comida deseada por el emocionado espectador. Probablemente la mayoría, al saborear el suculento filete o la fresca ensalada no se hace la menor idea de la lucha entre el hombre y el medio ambiente en la Amazonia, de la cantidad de demanda de un alimento saludable, libre de parásitos de todos los tipos que disputan al hombre el derecho a vivir. Talvez sea esa la auténtica “verdad inconveniente”. Por cierto, sería el caso de preguntarle al famoso cineasta, a la estrella pop Sting y a sus cortesanos locales que, juntos, se presentan como grandes defensores de los pueblos de la selva, si les habría sido posible visitar la región y realizar sus performances eco-hollywoodianas si no se hubiese construido allí, en el corazón de la selva, algunos hoteles lujosos, solo accesibles a los muy ricos como ellos, donde el agua que se sirve en suites y restaurantes, incluso en medio de aquella inmensidad acuática, viene de Francia, y las legumbres, frutas y verduras indispensables para una dieta tan al gusto de las celebridades, vuelan desde São Paulo, a varios miles de kilómetros de Manaus. Si los llamados pueblos de la selva, indios y caboclos, después de siglos de lucha contra el medio inhóspito, viven aún allí como vivían sus antepasados hace centenas o millares de años, no es ciertamente porque a tales pueblos les satisfagan las condiciones de vida características de esas eras pasadas –cuando se vivía 30 años en media- sumergidos en el aislamiento, completamente dominados por las fuerzas de la naturaleza, circulando desnudos o semidesnudos, abrigados en chozas insalubres infestadas de insectos y humo, luchando en condiciones absolutamente desiguales contra el medio hostil, que no les permite ir más allá de las condiciones de vida más rústicas y primitivas de sus ancestrales".

El texto de Rabelo es edificante: nos previene contra esas églogas que los ecologistas pudientes componen en honor de la Madre Naturaleza. En realidad, nos dice, la Naturaleza sólo es bonita en las pantallas del cine; ella misma, sin efectos especiales, no es tan bonita, y ni siquiera es Madre, más bien una madrastra mezquina que hay que atar corto para que no descalabre a sus hijastros, especialmente los que viven en países pobres, como indios y caboclos. El texto va dedicado “a los agricultores”, que son los primeros domadores de esa fiera peligrosa.
Nos previene también, por muy comunista que sea Rabelo, contra algunos principios envejecidos del marxismo, como ese que, invocando las clases sociales, nos hace olvidar que los agricultores más interesados en el nuevo código forestal son, antes que todo, agricultores de países pobres. No importa que sus rentas les permitan multiplicar esos mismos centros comerciales sobre cualquier selva domada, al lado de esas plantaciones suyas cuya extensión no se mide por hectáreas sino por bélgicas. La geopolítica ha venido siendo un factor renovador del pensamiento de izquierdas de los países pobres que, superando viejos prejuicios, nos ha permitido entender que los multimillonarios del Tercer Mundo son en realidad la vanguardia de su proletariado.

El texto de Rabelo sería impecable si no fuese por dos motivos. Uno es que él compone también su égloga, en este caso no ya sobre la selva sino sobre el paisaje de centros comerciales de los países ricos. Muchos habitantes de los países ricos tenderían a pensar que los países ricos y sus centros comerciales son así de bonitos sólo en la publicidad.
El otro es que aparentemente Rabelo conoce mejor los centros comerciales que esas chozas que él describe como infestadas de mosquitos y humo y pobladas por desgraciados reducidos a una condición sub-humana. Yo tampoco las conozco muy bien, sólo viví en alguna de ellas durante algunos meses y siempre me pareció que indios y caboclos vivían mucho más alimentados, sanos y limpios allí que en los basureros próximos a los centros comerciales de las agrociudades, donde también aparecen como por arte de magia muchas cosas con las que los habitantes de la selva no suelen ni soñar. Claro está que para que para que los países pobres se transformen en países ricos es necesario que los pueblos oprimidos por la naturaleza se quiten la venda de los ojos, se percaten de que su condición es miserable, dejen sus tierras a los agricultores de los países pobres y las cambien por los basureros de los centros comerciales de los países pobres. Así, y si los países ricos dejan de imponer su política mezquina, puede ser que algún día ellos también puedan pasar de la condición de consumidores de basura a la más noble de productores de basura.

Algún radical podría pensar que, geopolítica en mano, los maoístas como Rabelo se han convertido en –para repetir una vieja fórmula- lacayos de los megaempresarios. Craso error. En el fondo, hay un punto de acuerdo progresista entre unos y otros: primero es el Hombre, después la naturaleza que debe estar supeditada a él. Rabelo indica con razón que en el corazón del ecologismo late un anti-humanismo, y contra él esgrime no ya a Marx ni a Engels (que no discordarían) sino al libro del Génesis, donde se nos explica que todo lo existente en la tierra está al servicio del hombre. No por acaso, nos explica, cuando Dios decidió venir a este mundo lo hizo en forma humana. El panteón comunista se enriquece así con Moisés y los cuatro evangelistas. Como humano que soy no tendría tanto que objetar a eso. El problema es que a la política de la naturaleza de Rabelo le pasa más o menos lo que a su geopolítica: en los países ricos hay muchos más pobres que lo que sería conveniente, y en esa naturaleza que debe estar a los pies de los intereses humanos hay también demasiados humanos. Por la descripción que Rabelo hace de su modo de vivir podemos sospechar que los ha confundido con animales.

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