miércoles, 13 de marzo de 2013

Muy hechos a si mismos


Hace como treinta años o más, René Goscinny, el inventor de Asterix, publicó un artículo que trataba de las biografías de grandes hombres, o más bien de hombres hechos a sí mismos. Él, según decía, había leído muchas, y en ellas solía encontrar un párrafo que decía más o menos así:
“Allí estaba yo, en la puta calle, con veinte años, con muchas ideas pero sin un céntimo en el bolsillo. Decidí que tenía que hacer alguna cosa. Me acerqué a una cabina, hice una llamada y marqué una conversación para aquella tarde con el presidente del Banco de Francia”.

Goscinny exponía algunas variantes. En lugar del presidente de un banco, podía ser el director de la editora Gallimard, el Ministro de Asuntos Exteriores o el obispo de Paris, dependiendo del área de competencia del futuro gran hombre. Me he acordado de ese artículo por causa de unas declaraciones de Miguel Forbes, bisnieto del Forbes fundador de esa revista que cataloga a los seres más ricos del planeta: él dice que la mayoría de los ricos empezaron sin nada.

Entendámoslo: el quiere decir que la mayoría de los ricos que no eran ricos al inicio de sus vidas empezaron sin nada. Naturalmente, la mayor parte de los ricos suele legar a sus herederos su riqueza, en lugar de disiparla para que sus hijos tengan la oportunidad de empezar desde cero. Eso ya determina un buen número de ricos por herencia; la mayoría, creo. A pesar de lo que diga Forbes.
Aunque Forbes bisnieto puede estar queriendo decir otra cosa, y en ese caso podría ser más radical. Todos los ricos empiezan sin nada, es verdad: empiezan en pelotas como los pobres, pringados de líquido amniótico y en general llorando, son insolventes hasta que heredan, y en ese sentido sigue siendo verdad que la mayoría de los ricos empezaron sin nada. Lo que Goscinny quería decir es que los ricos suelen tenerle cariño a aquel tiempo entrañable en que no tenían nada, y que suele confundirse con la primera infancia. Tienden a hablar mucho de ese momento más o menos largo de humano desvalimiento y muy poco de la agenda que desde que antes de que naciesen les esperaba, con un montón de teléfonos y de timbres a los que llamar con la certeza de ser atendidos. Como bien sabemos, un buen amigo vale oro, pero no se paga a Hacienda por él.
Pero es cierto -y a eso se refiere Forbes- que hay muchos ricos que no son parientes de Rockefeller, ni de la familia Bush, ni de jeques petroleros, ni de dueños de cadenas televisivas, ni siquiera del propio Forbes, y que sin ayuda de esos señores poderosos han conseguido hacerse de oro. Y está claro que si los ricos, a la hora de explicar su riqueza, prefieren no acordarse de sus padres, sus tíos, sus cuñados o cuñadas, ni de los amigos de sus padres, sus tíos o sus cuñadas, mucho menos querrán acordarse de sus socios, sus maestros, sus empleados o en fin de toda esa gente que ellos dejaron atrás, eludieron, engañaron, aniquilaron, explotaron o incluso contrataron honestamente con el fin de hacerse mucho, muchísimo más ricos que ellos. El hombre hecho a sí mismo, o la mujer hecha a sí misma que también las hay, es un genio del olvido, es aquel que consigue borrar de la memoria a todos aquellos seres a los que debe algo, y consigue además que quienes le escuchamos no podamos siquiera imaginar que los hubo. Tiene una ventaja sobre el resto de la humanidad, y es que ni en sueños deja que se le aparezca nadie pretendiendo su parte del botín.
Goscinny viene a cuento, también, porque nos trae al recuerdo a Gerard Depardieu -el actor ruso más famoso desde Tcherkassov- que encarnó a Obelix en el cine, y que con el tiempo se ha dado cuenta de que es a su esfuerzo, a su sólo esfuerzo y tesón, que debe su fortuna. La ganó en buena lid en esa tarea aislada, solitaria y escondida que es la de actor, y la amplió mucho con otras actividades en las que podemos estar seguros de que su papel de símbolo nacional no tuvo ninguna influencia. No es de extrañar que se enoje por las pretensiones del fisco francés, y huya de él en cualquier dirección.
Depardieu es un buen ejemplo de que hay alguna cosa muy antinatural en nuestro sistema económico. Los seres humanos son muy diferentes en temperamento y capacidad, pero él, que ha conseguido ser cientos de veces más rico que la mayoría de sus paisanos, no ha conseguido, por mucho que se haya empeñado, ser más que dos o tres veces más gordo que los más flacos de entre ellos.
Los grandes hombres pueden hacerse a si mismos hasta sacarles una cabeza o dos a los otros; para sacarles mucho más que eso tienen que subir pisándolos.

domingo, 10 de marzo de 2013

Embalsamados


Alguien debe haber explicado ya por qué se embalsaman, y se preservan para la contemplación pública, los cadáveres de los líderes de izquierda. Lenin, Mao, Ho Chi Minh, la dinastía de los Kim norcoreanos, y ahora Chávez. Es un dudoso privilegio que comparten con muy pocos papas y con los Incas, porque los faraones eran momificados pero después sepultados lejos de los ojos de sus súbditos. Claro que los avatares de la historia modifican el propósito inicial: los faraones pueden acabar expuestos en un museo, las momias de los Incas no se sabe dónde fueron a parar, y algunos embalsamados como Dimitrov, Stalin o Gottwald acabaron siendo sepultados o porque el público les retiró sus favores o porque el embalsamamiento no fue tan bueno como debía. Pero los líderes de derechas no han corrido la misma suerte, incluso los que han promovido en vida el culto a su personalidad, así que esa costumbre ha servido para que los liberales hablen con sorna de los gustos momificadores que anidan en el corazón de la izquierda. (Mira por dónde, Lluis Bassets publica hoy en El País una columna hablando exactamente de eso).
Como la costumbre ha partido de Rusia -y fueron embalsamadores rusos los que la exportaron a su periferia- puede entenderse que tiene su raíz en el ateísmo militante que inspiraba a los bolcheviques y otros revolucionarios. Por descreído que fuese, ese ateísmo no dejaba de aspirar a algún modo de trascendencia y de eternidad: pero antes que hablar de un alma eterna de Lenin (habría sonado demasiado cristiano) optó por una eternidad más material, la del cuerpo, sostenida por el esfuerzo diario de los trabajadores -de hecho, mantener el cuerpo de Lenin da mucho trabajo.
¿Pero por qué de izquierdas? Ni los liberales, ni los neoliberales, ni los conservadores parecen hoy en día muy preocupados por ninguna trascendencia espiritual que no sea la de las expectativas de los mercados. No por ello dejan de interesarse por la eternidad, o por un tipo de embalsamamiento más sutil, virtual. Los discos de los Beatles seguirán generando lucros por los siglos de los siglos, promovidos por una actualidad eterna, y los adelantos de la ciencia (de la farmacología al photoshop) permitirán que todos seamos para siempre una especie de rolling stone (incluso los propios Rolling Stones) y celebremos nuestros noventa y cinco años practicando deportes radicales, siempre que hayamos tenido cuidado de pagarnos un buen plan de pensión. La tendencia a fingir eternidad está muy extendida, pero sólo la izquierda parece empeñarse en esa versión solemne y forense que consiste en disecar a los grandes hombres.



¿Por qué? Quizás lo que está embalsamado -se viene diciendo desde hace mucho tiempo- sea esa idea de izquierda y derecha. Es una de esas dicotomías muertas, injuriadas, desmentidas, relativizadas y arrastradas por el fango de la obsolescencia que sin embargo, siguen como siempre, a la vista y más vivas que todos los vivos de este mundo (como decía de Lenin el poeta Maiakovsky). Hasta consiguen extenderse hacia el pasado: a nadie se le ha ocurrido pensar que los faraones fuesen de izquierdas, pero eso sí se ha dicho de los Incas, y ahora es una idea extendida precisamente entre el izquierdismo andino.

¿Y qué es ser de izquierdas, aparte de ser adversario de las derechas? Si la izquierda es moderada es difícil llegar a alguna conclusión, y más difícil aún seguir en ella unos años después. Si no es moderada, el problema se mueve de lugar pero no desaparece. ¿Qué tienen de parecido Lenin, Mao, Chávez, los Kim y los Incas? Encontrarles un común denominador sería difícil, sobre todo para los de izquierdas. Para los de derechas no sería tan difícil: si hay cuerpo embalsamado y si hay largas filas para visitarlo es porque hay gente suficiente que cifra su redención en un demiurgo poderoso.

Pero si hay masas que esperan ser redimidas por un ser excepcional es porque ellas mismas llevan mucho tiempo reducidas a la condición de excepciones. En la regla no caben. Y lo que gobierna el mundo hoy por hoy es una regla infalible, infalible porque nunca tiene que dar cuenta de sus excepciones. Promueve la prosperidad general, pero eso deja, claro, algunas excepciones, que de vez en cuando proliferan mucho; ofrece la libertad y capacidad de gobernar el propio destino, salvo para esas excepciones que no consiguen aprovecharlas, y que a ratos parecen incluirnos a todos.
Es el mejor de los mundos posibles, aunque es natural que excluya a muchos, como es natural que los cadáveres se pudran. Las izquierdas tienen en común una especie de antipatía por la cruel naturaleza de las cosas, que les induce a recomponerla por medios artificiales y caros como el propio embalsamamiento. No es seguro que funcionen, puede que sean contraproducentes; pero lo que es seguro es que crean déficit, dicen sus críticos. Ellos saben perfectamente qué hacer con los embalsamados, pero aún no han imaginado dónde poner al montón de gente que les rinde culto.

PD: Como nada es simple, es bueno recordar que el decano de los embalsamados en exhibición no tuvo nada de comunista. Se trata de Jeremy Bentham, que aún no hace mucho tiempo presidía, parece, las reuniones del University College de Londres que él casi fundó, y aún sigue allí -véase la foto- casi doscientos años después de su muerte. Bentham fue el precursor más explícito del sentido común actual: de la prioridad de los derechos y la felicidad de los individuos a la defensa del bienestar animal, pasando por mucho utilitarismo. Fue disecado por uno de sus alumnos, por deseo explícito suyo y siguiendo técnicas maoríes. Como la cabeza del filántropo adquirió una expresión demasiado adusta, fue sustituida por otra de cera.