miércoles, 17 de abril de 2013

Derroche fúnebre


Como sugirió acertadamente un comentarista de este blog, dedicar a Margaret Thatcher un funeral de estado es una especie de ofensa póstuma, probablemente ideada por miembros resentidos de la oposición laborista, que después darán la tabarra con los diez millones de libras que costó.



Mucho más acorde con el legado político de la Dama habría sido un funeral organizado por la iniciativa privada, con una mínima presencia del estado. El gobierno británico, y previo contrato con los herederos de la homenajeada, habría arrendado los derechos de organización del funeral, mediante licitación, a una empresa, la Thatcher Obseques Inc. encargada de las ceremonias propiamente dichas, y que contaría con dos subsidiarias, la Thatcher Obseques Images, encargada de los derechos televisivos y cualquier otras forma de difusión de las imágenes incluyendo postales, libros, folletos, pegatinas, serigrafías, salvapantallas, videogames y otras que vengan a ser ideadas, y la TIA! (There is Alternative!) que organizaría contra-eventos destinados al público hostil a la memoria de la Primera Ministra.
Thatcher Obseques Inc. habría organizado el funeral con mucho más brillo y sin extraer un chelín de las arcas públicas (máxime porque ya no se usa el chelín). En lugar de los 250 invitados, que han disfrutado del acontecimiento a costa de los impuestos de todos, todos ellos viejos políticos y aristócratas sin relieve, habría un puñado de participantes remunerados, incluyendo por supuesto la Reina, el matrimonio Beckham, Paul McCartney o Elton John, siendo que motivos ideológicos serían absolutamente descartados en la elección. Los demás lugares serían vendidos, mediante subasta, a interesados en asistir en los lugares de honra, definidos por su proximidad a las figuras célebres.
Al resto del público asistente, interesado en acceder a las calles y al lugar de la ceremonia, se cobraría una tasa módica de cinco libras, con una reducción del 50% para veteranos de las Falklands/Malvinas, del partido conservador y de los sindicatos mineros.
La facturación principal se obtendría, sin embargo, de la venta de los puestos en el cortejo militar, ocupados por turistas que pagarían un precio fijo mayor según su proximidad al féretro y la espectacularidad del uniforme (fijándose el precio máximo, claro, para el de los granaderos, esos del gorro peludo) con una opción de compra para llevárselo como recuerdo. Y, claro está, de la publicidad fijada en el trayecto, en el coche fúnebre -eventualmente sustituido por un prototipo de una compañía automovilística coreana- en los ribetes de la bandera sobre el ataúd, en los estandartes de los regimientos y en las ancas de los caballos.
El trayecto sería definido mediante negociación con los gremios del comercio local que harían sus ofertas respectivas en función de sus previsiones de aumento de facturación, y lo mismo ocurriría con el lugar de reposo eterno de la baronesa, decidido también mediante una licitación paralela entre compañías dedicadas a explotar los derechos de visita, homenaje y profanación del túmulo (dos libras por visita, diez por corona de flores, ciento cincuenta por pintada ofensiva sobre la lápida). La Thatcher Obseques Inc. tendría también la exclusividad para organizar, durante cinco años, los Thatcher Tours, destinados al público patriota: paquetes turísticos realizados en autobuses y aviones estampados con la imagen de la Primera Ministra que recorrerían la zona minera y las viejas ciudades industriales reconvertidas, y que en la versión plus incluirían una visita a las Falkland/Malvinas y un vuelo rasante sobre la Plaza de Mayo en Buenos Aires incluyendo lanzamiento de confetti con los colores de la bandera británica.
A diferencia de las huecas y onerosas pompas estatales, este modo de proceder habría generado riqueza y puestos de trabajo en número considerable. El único dispendio para el erario público habría consistido en la limpieza de calles, retirada de borrachos y organización de un dispositivo de seguridad de cuarenta mil hombres en prevención de posibles ataques terroristas, además, claro está, de los correspondientes seguros e indemnizaciones para el caso de que la Thatcher Obseques Inc. no alcance los lucros previstos en el instrumento contratante. Pero en fin, no ha habido nada de eso, se ha hecho todo como siempre. Es que la gente no aprende.

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