lunes, 8 de abril de 2013

Thatcher


Precisamente ayer estaba hablando de ella, y hoy me entero de que ha muerto. Margaret Thatcher ocupa los grandes titulares, y no por gusto de recordar viejos tiempos, sino porque ella es una artífice importante de eso que hoy hay. Si vuelas en un low cost para estar en la boda de un amigo tuyo en Eslovaquia, si usas tres teléfonos y estás en cuatro redes sociales, si te acosa el telemarketing, si has tenido diez trabajos diferentes en dos años o ahora te has quedado sin ninguno, si tus acciones en la telefónica te dejaron rico hace veinte años o tus hipotecas te dejaron pobre hace tres, o para abreviar si has probado el dolor y la delicia del nuevo orden mundial, se lo debes en parte a ella. A Thatcher. No que ella pretendiese llegar a tanto. Sólo se puso a vender empresas estatales para hacer caja; caja para el estado. Pero su gesto congregó a un tropel de demiurgos dispuestos a mostrar la superior eficiencia de la gestión privada; bien, quizás sólo demostraron que se podía extraer mucho zumo de un limón engordado durante largos años de socialdemocracia, pero qué más da. Su política fue muy combatida, pero, como dicen los comentaristas, nadie después ha re-estatizado lo que ella privatizó. Verdad es, y ahí está su mérito: los gobiernos que la siguieron continuaron haciendo, con diferencia de adjetivos, lo mismo que ella, fuesen conservadores o socialdemócratas, británicos o continentales.



There is no alternative, es una de sus muchas frases célebres: quería decir, supongo, que no había alternativa al modo neoliberal de llevar las cuentas. En la práctica significó también que el resultado de las elecciones pasaba a ser un detalle. Otra frase célebre: There is no such thing as society, la sociedad no existe; o sea, hay sólo individuos y familias, lo que, distribuido entre los ciudadanos, significa que no hay más que yo y mi familia. Los liberales clásicos ya habían sugerido que el egoísmo podía funcionar como si fuese una virtud cívica; Thatcher nos descubrió que era la única real. Le tocó vivir el derrumbe del bloque socialista, después del cual ya no le hizo falta al bloque restante mantener un mínimo de orden en su jauría: por el contrario, sin enemigos externos podían poner toda su creatividad al servicio de su apetito.
Thatcher, no sé si es necesario decirlo, era una mujer. Para desánimo de las feministas de su tiempo, que habrían preferido que la primera gobernanta de una gran potencia fuese, yo qué sé, más simpática. Pero ella sugirió a las derechas la gran potencialidad de algunos arquetipos femeninos: ¿para qué seguir representando al poder como un padre si se le podía representar como una madre? Nada de ideologías ni grandes palabras; lo que importa es lo que es de cajón. Una madre no gasta en tonterías, primero la leche y la educación de los niños y pagar las cuentas.
Entendámonos: lo que Thatcher dejó de herencia es ese modo de administrar el país haciéndose pasar por un ama de casa, hija de un tendero, que no está para fantasías. Qué más da que lo sea o no, lo importante es la mueca y la convicción categórica de que es que no hay otro modo. No importa en realidad en qué se gaste el dinero: puede gastarse en construir aeropuertos o en recapitalizar la banca; si llega el caso los niños (no los míos: los de esa sociedad que no existe) se pueden quedar sin leche o sin escuela, y las enfermeras o los bomberos sin paga, siempre y cuando todo se haga con ese gesto austero de quien está siendo responsable y atendiendo a lo estrictamente necesario. Un sistema de rigor contable puesto al servicio de la mayor proliferación de inanidades superfluas que la humanidad ha conseguido derramar sobre el mundo. Ya podemos decir que preferiríamos algo más tranquilo y más sano, que vendrá el fantasma de Thatcher a decir “sí, querido, eso es muy noble y muy bonito, pero lo primero es lo primero”. Nadie lo habría podido hacer tan bien como ella, con su tupé y su bolsito: hacer que todo este despropósito parezca lo más sensato del mundo.

1 comentario:

  1. Lástima que no hayan respetado su legado. Después de tanto sacrificio y esfuerzo por demostrar algo tan obvio como que la iniciativa privada siempre será mejor que la pública, resulta insultante que la despidan con funerales de estado.
    Que falta de respeto, que atropello a la razón. En poco más de una década, este siglo va dejando el cambalache del S.XX a la altura de un mercadillo de caridad

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